Columna de Opinión: Vivir sin miedo ni rabia

Marcelo Trivelli
Fundación Semilla

Estamos viviendo en una sociedad con altos grados de toxicidad en nuestras relaciones. Nos vamos envenenando poco a poco y miramos con desconfianza a las personas con quienes compartimos este pedazo del planeta, ya sea por su color de piel, su origen, su género, por dónde vive o simplemente por cómo habla. Tenemos el desafío de superar esta etapa, promoviendo una forma de vivir sin miedo ni rabia.

De las emociones primarias, las más conocidas son la alegría, la tristeza, el miedo y la rabia. Poco sabemos de ellas. En muchas ocasiones, no las podemos reconocer, no las llamamos por su nombre ni menos nos hacemos cargo de las conductas resultantes. Como toda emoción, son parte de la biología evolutiva y aparecen cuando nos enfrentamos a una situación real que la provoca o porque una situación pasada o imaginaria nos llega a la memoria presente. No podemos evitar que una emoción surja, pero sí podemos controlar la conducta que pudiera provocar dicha emoción.

De estas cuatro mencionadas, el miedo y la rabia son las que más contribuyeron a la sobrevivencia en el inicio de la humanidad. Están en nuestros genes, a pesar de que hoy no las podamos identificar tan fácilmente, ya que las amenazas no se presentan de manera directa como era antes en que nos enfrentábamos a depredadores, desastres naturales, escasez de alimentos o enfermedades.

En la actualidad, estamos frente a un sistema de comunicaciones complejo, capaz de generar miedo y rabia sembrando incertidumbre e instalando discursos de odio. Lamentablemente, no contamos con las habilidades para darnos cuenta de que todos los días estamos expuestos a relatos que van denigrando (despojando de dignidad) a algún grupo humano y haciéndolo responsable de los males sociales que enfrentamos, haciéndonos sentir miedo y rabia hacia ellos.

Conductas violentas nacidas de rabia y miedo pueden explicar la hoguera de Iquique en que se quemaron las pertenencias de inmigrantes o los crímenes homofóbicos y transfóbicos, las muertes de comuneros mapuche, la quema de iglesias o el saqueo de comercio. Hasta aquí llega el análisis, porque nadie se detiene a reflexionar sobre los discursos de connotados líderes y sus bots (cuentas robot en redes sociales) que generan rabia y miedo y, consecuentemente, violencia.

Es la escuela el lugar en que niñas, niños y jóvenes deben adquirir habilidades socioemocionales que reemplacen una cultura escolar punitiva, con miedo a ser castigados o a que se les llame la atención porque se equivocaron o que queden sin protección frente al «bullying» u otras formas de abuso.

En una sociedad compleja, con redes sociales sin regulación ni control -y con la amplificación por parte de algunos medios de comunicación tradicionales-, las noticias falsas, más conocidas ahora como «fake news», son deliberadamente utilizadas como nutriente del miedo y la rabia, con el fin de generar la conducta deseada por sus autores.

Por la misma naturaleza de esas dos emociones, las «fake news» se propagan con un impacto siete veces más grande que sus respectivos desmentidos. Eso, lo saben muy bien quienes están detrás de estas campañas. Es difícil la lucha, pero debemos redoblar esfuerzos para que en la escuela desarrollemos habilidades para aprender a vivir sin miedo y sin rabia.

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