Columna de Opinión: Twitter y el ministerio de la verdad

Por Cristián Fuentes V
Académico Escuela de Gobierno UCEN

 

La clásica distopía 1984 de George Orwell ha adquirido nuevas formas en el siglo XXI, esta vez en las redes sociales que pueblan el espacio cibernético desarrollado por las tecnologías de la información. Twitter ha sido el territorio político digital por excelencia hasta la compra de dicha empresa por Elon Musk, empresario sudafricano que pretende convertir un foro universal que acoge casi sin límites la opinión de cualquiera a algo sin restricciones que permite el regreso de personajes como Donald Trump, a pesar de haber sido expulsado por llenarlo de fake news, anglicismo con el cual la mentira se cubre de un velo más presentable.

 

Lo que antes era el Estado totalitario, sobre todo aquél construido por Stalin en la Unión Soviética, ahora es un artefacto generado por empresas particulares que juegan con la promesa de la libertad de expresión, aunque ella se enfrenta a la amenaza de poderes originados en intereses económicos, sociales, culturales y políticos, no siempre transparentes o cuyos objetivos son polémicos, por decir lo menos.

 

El Leviatán contemporáneo es privado y ya no se concentra en un Ministerio que manipula el pasado, el presente y el futuro con una verdad relativizada según los deseos del dictador transformado en el Gran Hermano omnipresente. La realidad actual está conformada por cámaras de eco que reproducen juicios y prejuicios personales, millones de visiones parciales que pueden ser ordenadas de múltiples maneras por líderes que poseen la suficiente influencia o credibilidad para convencer sin pruebas que le arrebataron el triunfo en las elecciones, o que los extraterrestres son sus aliados, o que existe una conspiración internacional de pedófilos, o que las vacunas solo sirven para manipular a la gente, o que la tierra es plana.

 

Sea o no Twitter, aún es posible aprovechar los adelantos tecnológicos con una mínima regulación que facilite el perfeccionamiento de la democracia y una amplia participación popular. A los caprichos del individuo deben oponerse la lógica de la sociedad en red, los valores compartidos y la acción concertada.